A principios del año 2000 estalló la burbuja de Internet. Desde mediados de 1995 las puntocom habían sido objeto creciente de deseo de entusiastas inversores y gestores de fondos que competían por colocar el capital en proyectos que tenían como principal valor su capacidad para transformar dinero en clicks. Los pastores llevaron al rebaño por una pendiente ficticia de creación de valor que terminó abruptamente en un abismo descomunal. El Nasdaq perdió en tres años un 80% de su valor. Algunos se salieron a tiempo experimentando grandes ganancias. La mayoría se quedó entrampada en posiciones irracionales y sufrió enormes pérdidas.
A principios de 2007 estalló la burbuja inmobiliaria en EEUU arrastrando al sector financiero y a la economía europea. Durante los años anteriores, la inversión inmobiliaria había experimentado una carrera del oro en la región. En España, al grito de “el ladrillo nunca baja” se produjo una locura colectiva atizada por unos tipos de interés muy bajos, una relajación injustificada en los sistemas de análisis de riesgos de las entidades y reguladores financieros, y una excesiva proximidad entre los centros de toma de decisiones políticos, financieros y económicos. De la noche a la mañana no hubo un loco mayor que comprara al loco anterior sus activos sobrevalorados y el sistema se hundió enterrando los ahorros de pequeños y grandes aventureros. Unos pocos, una vez más, se salieron a tiempo.
En los últimos años se está produciendo un retorno del capital a las empresas tecnológicas y de Internet; un retorno alimentado por mediáticas y millonarias operaciones corporativas en el sector. En nuestro país, casi cada día se anuncia una iniciativa nueva, pública o privada, de apoyo a la creación de empresas tecnológicas y de Internet que viene a posicionarse en alguno de los segmentos de la cadena de valor de servicios a este tipo de empresas: inspiración, orientación, formación, preaceleración, inversión, aceleración, expansión. Eso está bien. Ojalá hubiera ocurrido durante el boom inmobiliario y se hubiera capturado un pequeño porcentaje de ese dinero que nunca existió más que en los balances de los bancos. Está bien, pero tiene un alto riesgo. No es un juego que esté al alcance de todos.
Las empresas tecnológicas requieren inversiones y tiempos de maduración importantes para desarrollar y comercializar sus productos y servicios. La entrada en el mercado no es ni mucho menos evidente, y lo es menos si los atributos del producto o servicio se han desarrollado más pensando en las posibilidades de la tecnología que en las necesidades del usuario. Las inversiones especulativas en este tipo de empresas están raramente justificadas en España; son inversiones de difícil salida. De todo esto puede dar fe cualquiera de los investigadores universitarios que se han aventurado a lanzar su spin-off tecnológica, o de los inversores que han apostado por ellos.
Las empresas de Internet también necesitan inversiones considerables para lanzarse en el mercado pero tienen una ventaja frente a las anteriores: la prueba de los modelos de negocio pude realizarse movilizando capital o talento; talento y compromiso. En un esfuerzo personal y familiar semejante al del que prepara oposiciones, cuatro jóvenes con la visión, conocimientos y compromiso adecuados valen más que el dinero necesario para contratarles. A modelo probado, otra cosa es su escalado.
El problema es que, en ambos casos, se está poniendo de moda un tipo de inversión consistente en tomar pequeñas posiciones iniciales en muchas empresas con la esperanza de que a alguna le toque el premio gordo. Se busca, una vez más, la inversión especulativa en un modelo en el que el que entra primero fuerza unas valoraciones que distorsionan el mercado en la esperanza de encontrar un loco mayor. La sabiduría popular afirma, y el coro repite con pasión, que de cada diez sale una; para algunos, dos. Pues vale.
Vale, sí, esta vez no es como en el 2000: se construye sobre modelos de negocio probados y la penetración de Internet y las TICs es casi universal en nuestra sociedad. Esta vez es diferente, pero la naturaleza humana y las reglas básicas de la economía son las mismas. Las capacidades necesarias para hacer crecer una empresa de una forma sólida no son las mismas que las que permiten ponerla guapa y colocarla en un escaparate de inversión.
Las sirenas siempre han estado ahí, pero nadie está obligado a seguir su canto.
Responsable de Desarrollo de Negocio del Parque Científico de la UPV y cofundador del Internet Startup Camp.