Desde hace unos años se ha puesto de moda el uso del neologismo “emprendedor” para referirse a los jóvenes que deciden lanzar su propia empresa. ¿Por qué no se les llama, sencillamente, “empresarios”?
En el imaginario popular, un emprendedor es joven, cool, romántico, idealista, visionario, persigue sus sueños… Es una persona comprometida, implicada. Se la imagina uno trabajando en un entorno plagado de videojuegos, futbolines, máquinas de refrescos y zonas de relax.
Un empresario, por el contrario, es casposo, conservador, un tipo de derechas; es un personaje insensible a los problemas de los trabajadores de su empresa, a los de la sociedad; una especie de parásito social; esto, por no poner calificativos más contundentes y de uso corriente. Es fácil imaginárselo fumándose un puro y tomando un gintonic mientras firma un par de contratos basura y tres despidos improcedentes (es importante que el balance sea negativo).
La realidad es que crear una empresa tiene poco de romántico, requiere mucho esfuerzo y compromiso, e implica en muchas ocasiones jugarse el patrimonio personal. Conlleva asumir riesgos, aceptar el fracaso como una opción y estar dispuesto a digerir su probable impacto emocional y económico, tanto en el plano personal, como (lo que es peor) en el familiar.
En el ISC no tenemos nada en contra del uso del término “emprendedor”; de hecho, lo usamos. El lenguaje es un código de comunicación. No obstante reivindicamos el valor del término “empresario”, y su uso para todas aquellas personas que, hoy día, en el difícil contexto socioeconómico que atravesamos, deciden lanzar su propia empresa, solos o en colaboración, sembrando las semillas de un tejido empresarial nuevo que será esencial para reactivar nuestra economía y nuestro mercado laboral.
En el ISC no tenemos futbolines, ni zonas chill, ni eslóganes agresivos. No ubicamos a los emprendedores en una glamurosa torre de cristal que les haga pensar que las cosas son lo que no son, que hay un cofre de oro al alcance de su mano. Tampoco creamos empresas. Tan solo intentamos que los nuevos empresarios pongan los pies en el suelo, sean realistas y prueben sus productos o servicios mientras aprenden los conocimientos básicos para poder liderar sus proyectos empresariales, con ambición y audacia, sí, pero también con rigor y solvencia.
Cuanta más loca es la aventura, más cuerdo debe ser el aventurero.